El reciente artículo de Ciper, titulado «Gobierno responde a la Comisión Interamericana de DD.HH. que esa entidad no tiene competencia sobre crímenes de la dictadura», escrito por Mauricio Weibel, ha reavivado un debate crucial sobre la postura del Estado chileno en relación con las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. En este contexto, la respuesta del gobierno chileno a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) respecto al caso «Caravana de la Muerte» ha suscitado interrogantes sobre el compromiso real del Estado con la memoria, la justicia y la verdad. El artículo subraya la controversia en torno a la rebaja de condena a Juan Emilio Cheyre, un hecho que revela las tensiones entre el deber estatal de reconciliación y la búsqueda de justicia por parte de las víctimas.
La controversia surge cuando la Cancillería chilena sugiere que la CIDH carece de competencia ratione temporis para revisar situaciones ocurridas antes de 1990. Sin embargo, esta interpretación no se sustenta en el texto oficial del Estado, que no usó tal argumento para justificar la decisión de reducir la pena a Cheyre. Este malentendido pone de relieve las dificultades del sistema jurídico chileno para abordar su responsabilidad histórica. La interpretación errónea podría interpretarse como un intento de eludir las exigencias de justicia y reparación, contribuyendo a una cultura de impunidad que debería ser erradicada.
En este contexto, es fundamental reflexionar sobre el papel del Estado al enfrentarse a su propia historia de violaciones a los derechos humanos. A menudo, el gobierno parece priorizar la defensa del patrimonio fiscal sobre el compromiso moral con la justicia. Esta tendencia no solo socava la credibilidad del Estado en la esfera internacional, sino que también perpetúa el sufrimiento de las víctimas al someterlas a un proceso judicial tortuoso y prolongado. Como lo advirtió Fabián Salvioli, exrelator especial de Naciones Unidas, la obligación de las víctimas de luchar por justicia en un sistema que debería proteger sus derechos es, en sí misma, una violación continua de las garantías que el Estado debe proporcionar.
El Estado chileno tiene la oportunidad imperiosa de posicionarse como un líder en la defensa de los derechos humanos. Esta tarea no debe reduplicarse en meros discursos o conmemoraciones anuales; requiere un compromiso auténtico que se traduzca en políticas públicas efectivas y un sistema judicial robusto. Para ello, es crucial que el Estado asuma una postura proactiva en la promoción de la memoria, la verdad y la justicia, trabajando con las organizaciones de derechos humanos y las propias víctimas para encontrar caminos hacia la reparación y la reconstrucción de la confianza en las instituciones.
Finalmente, el enfoque del Estado hacia las violaciones de derechos humanos debe ser un reflejo de su compromiso con la democracia y el respeto a la dignidad humana. La coherencia en las acciones estatales no solo es un imperativo moral, sino un componente esencial para garantizar que las atrocidades del pasado no se repitan en el futuro. Para esto, es urgente que Chile adopte medidas concretas que afirmen el derecho a la memoria y se comprometan a no repetir la historia de sufrimiento y vulneración de derechos que marcó a generaciones enteras.