El 13 de abril de 2025, Ecuador se enfrenta a la decisión crucial de elegir a su nuevo presidente en la segunda vuelta electoral. La candidata Luisa González ha generado una oleada de esperanzas entre los ecuatorianos, ya que su triunfo podría marcar un punto de inflexión en la política del país. Con un trasfondo marcado por la corrupción y la influencia del narcotráfico, muchos ciudadanos anhelan un liderazgo que priorice la justicia social y combata de manera efectiva las estructuras de poder que han perpetuado la violencia y la desigualdad. Las elecciones representan no solo una oportunidad de cambio, sino también un reflejo de la voluntad popular por recuperar la soberanía y la paz en el país.
En el contexto de esta nueva contienda electoral, es esencial recordar los avances logrados durante la administración del expresidente Rafael Correa, un periodo que marcó un resurgimiento de la democracia y un enfoque significativo en los derechos humanos. Tras la aprobación de una nueva Constitución en 2008, Ecuador celebró la prohibición de las bases militares extranjeras y la creación de programas que redujeron notablemente la pobreza. La gestión de Correa significó un cambio en la narrativa política del país, donde el diálogo y la interacción con movimientos sociales propiciaron un entorno de esperanza y desarrollo económico.
Sin embargo, en contraste con esos años de progreso, la situación actual es alarmante. Ecuador ha sido catalogado como el país más violento de América Latina, con un incremento vertiginoso en la tasa de homicidios y una crisis de seguridad que ha tomado vidas inocentes, incluidos niños. Las medidas de seguridad implementadas por el gobierno de Daniel Noboa, que incluye el fortalecimiento de la cooperación militar con Estados Unidos, no han logrado revertir esta tendencia. Por el contrario, la militarización y la asistencia externa parecen haber exacerbado la violencia y la impunidad, dejando a la población en un estado de constante temor.
El ámbito de la cooperación militar de Estados Unidos en Ecuador debe ser revisado minuciosamente. A pesar de una aparente promesa de apoyo para combatir el narcotráfico y mejorar la seguridad, los resultados han sido desalentadores. La asistencia militar recibida no solo no ha hecho que Ecuador sea más seguro, sino que ha coincidido con un aumento en el crimen organizado y una creciente opresión de las comunidades vulnerables. Muchos ecuatorianos cuestionan la efectividad de esta política, considerando que los problemas estructurales del país requieren soluciones más profundas que la mera aplicación de la fuerza militar.
Finalmente, ante el inminente proceso electoral, el futuro de Ecuador podría definirse por la capacidad de sus ciudadanos para decidir un rumbo que promueva no solo la seguridad, sino la justicia social y la dignidad humana. La propuesta de Luisa González de rechazar la instalación de bases militares y reafirmar la soberanía nace como una respuesta a las crisis actuales. Si logra convencer a los votantes de que es posible un Ecuador donde se prioricen los derechos de las personas sobre los intereses de potencias extranjeras, ese 13 de abril podría marcar el inicio de una nueva era en la política ecuatoriana, una era que busque recuperar la esperanza y la paz que el pueblo merece.